Diccionario Espasa de Asesinos

 

pyp.jpg (104521 bytes)   Francisco Pérez Abellán y Francisco Pérez Caballero

 

 

¿Desea saber qué fue de los criminales de los que oyó hablar?, ¿cuál fue la verdad de crímenes tan conocidos como los de Cuenca, Berzocana, Urquijo o Don Benito?

En el Diccionario de asesinos encontrará una magnífica selección de relatos de los asesinos y homicidas más famosos de la historia. Por primera vez se elabora una recopilación de historias españolas junto a las más conocidas del resto del mundo. Los autores nos ofrecen un texto claro, ameno y objetivo desde su intención principal de difundirlas para evitar que vuelvan a suceder.

Algunos ejemplos de lo que podrá encontrar en este título imprescindible:

 

Arropiero, El.- Asesino en serie. Psicótico.

Nombre: Manuel Delgado Villegas.

Edad: 28 años. Nació el 25  de enero de 1943, en Sevilla.

Fecha: cometió sus crímenes entre el 21 de enero de 1964 y el 18 de enero de 1971. Lugar: fue detenido en el Puerto de Santa María (Cádiz).  Aparecieron víctimas de “El Arropiero” en distintos puntos del territorio español, aunque confesó muchos crímenes que habrían sido perpetrados fuera del país.

Singularidad: es conocido como “El Arropiero” porque su padre vendía “arrope”, un dulce de higos. También llamado “El estrangulador del puerto”. Usaba un pequeño bigote “a lo Cantinflas”. En la Legión aprendió a dar “el golpe de la muerte”, con el canto de la mano en el cuello. Poseía el llamado “cromosoma de la criminalidad”, el XYY. Se le apreciaron tendencias homosexuales y necrófilas.  Delito: “El Arropiero” está considerado el peor asesino de la historia criminal española. Con sus fuertes manos, a veces ayudándose de objetos contundentes, acabó con la vida de un número indeterminado de personas. Utilizaba el mortal golpe en el cuello que aprendió en la Legión. En algunas ocasiones, Villegas abusaba sexualmente de los cadáveres de sus víctimas. Se declaró autor de cuarenta y ocho asesinatos. La policía redujo esta enorme lista a una más verosímil de 22 crímenes. Su primer abogado defensor, sin embargo, siempre ha pensado que fue el “más grande asesino de la historia”.

Relato de los hechos: Manuel Delgado Villegas dejó atónitos a los policías que lo interrogaban. Confesó una cantidad tan enorme de crímenes, y de una manera tan precisa y fría, que los agentes de la ley no quisieron dar crédito a su relato, aunque consiguieron probarle siete de ellos.  El 21 de enero de 1964, en la playa de Llorach, en Garraf, “El Arropiero” se acercó a un hombre que dormía apoyado en un muro y le destrozó el cráneo con una piedra. Después le robó la cartera y el reloj. El muerto resultó ser Adolfo Folch Muntaner, un cocinero de 49 años. El 20 de junio de 1967, en Ibiza, sorprendió a una joven estudiante francesa, Margaret Helene Boudrie, de veintiún años. La mató y abusó de su cadáver. Venancio Hernández Carrasco, vecino de Chichón, había salido a trabajar en un viñedo de su propiedad, a orillas del río Tajuña, cuando se vio sorprendido por un hombre que le pidió comida. Era “El Arropiero”. Venancio Hernández le dijo que si quería comer que trabajase, que era joven y fuerte. Esta recomendación le costó la vida. Delgado Villegas le atacó con su “golpe legionario”, el revés con el canto de la mano en el cuello, y lo arrojó al río. En Barcelona, se hizo amigo del dueño de un almacén de muebles, Ramón Estrada Saldrich. El 5 de abril de 1969, le pidió mil pesetas y Estrada se negó a dárselas. El asesino utilizó su golpe favorito y después trató de estrangularle. Se llevó las sortijas, el reloj y la cartera, dejando a su víctima inconsciente y malherida. Moriría más tarde en el hospital. El 23 de noviembre de 1969, tenía ganas de mujer. Asaltó a una anciana de sesenta y ocho años de edad, Anastasia Borrella Moreno, en Mataró, y le propuso relaciones carnales. La mujer le amenazó con llamar a la policía y la mató a golpes con un ladrillo arrojándola por un puente. Bajó para esconderla en un túnel y abuso de su cadáver. Este acto de necrofilia lo repitió animosamente todas las noches hasta que el cadáver fue encontrado. El 3 de diciembre de 1970, Francisco Marín Ramírez, un estudiante cordobés, cometió un error imperdonable. Según el criminal, intentó acariciarle mientras ambos iban en una moto. “El Arropiero” detuvo la moto y le golpeó en el cuello. Francisco se quedó sin respiración y le pidió que lo llevara al río. Allí, según Villegas, volvió a insinuársele y por eso lo tiró al agua. El último asesinato que le probaron fue la muerte de su novia, Antonia Rodríguez Relinque, de treinta y ocho años. El día del crimen, la llevó en moto a un lugar, en el campo, donde mantuvieron relaciones sexuales. Estranguló a Antonia con sus propios leotardos mientras hacían el amor.

Móvil: “El Arropiero” cometía sus asesinatos guiado por un impulso asesino irrefrenable.

Sentencia: no hubo. Fue detenido el 18 de enero de 1971 pero, aunque fue culpado por sus crímenes, nunca fue juzgado. Al serle detectada una grave enfermedad mental, se le declaró falto de responsabilidad penal y la Audiencia Nacional ordenó en 1978 su internamiento en un psiquiátrico. Estuvo mucho tiempo recluido en Carabanchel y después fue trasladado al centro penitenciario de Fontcalent (Alicante). Allí fue tratado de esquizofrenia, que se completaba con un cuadro megalomaníaco, desorientación espacio-temporal y tendencia al autismo. En 1996 fue trasladado al psiquiátrico de Santa Coloma de Gramanet (Barcelona), para que estuviera más cerca de su familia. Debido a su desmedida adicción al tabaco, desarrolló una EPOC (Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica) que acabó con su vida el 2 de febrero de 1998. Salvador Ortega Mallén fue el policía que se  ganó su confianza y logró penetrar más lejos en las fechorías del “Arropiero”. Gracias a Salvador Ortega fue descubierto en su totalidad.

 

“Destripador, El”.- Asesino en serie.  

Nombre: Jack. Fascinante, misterioso, terrorífico. Se enseñorea de todos los enigmas.

Fecha: 1888.

Lugar: Londres, East End, zona de Whitechapel.

Singularidad: Considerado el “rey del crimen”, domina en Internet con más páginas que cualquier otro criminal. Se han publicado más de cien libros sobre “el Destripador”. Delito: En dos meses y medio, dio muerte al menos a cinco mujeres y las mutiló. Han sido varios los intentos de colgarle otros crímenes sin aclarar. Las que él mató presentan características particulares: decapitadas y salvajemente mutiladas.

Víctimas: Mary Anne Nichols, “Polly”, de 42 años, asesinada el 31 de agosto. Destripada. Era alcohólica. La encontraron con el vientre abierto y la médula espinal, la tráquea y el esófago, cortados. La muerte le había llegado de forma instantánea. El 8 de septiembre,  Annie Chapman es estrangulada y degollada. Padecía una enfermedad pulmonar crónica y estaba desnutrida. El asesino le arrancó el útero, la parte superior de la vagina y una porción de la vejiga. El 30 de septiembre, el tercer y cuarto crimen, se cometieron en el mismo día. Elizabeth Stride, “Liz, La Larga”, fue hallada con una oreja cortada pero el resto de su cuerpo no presentaba mutilaciones. Se supone que algo hizo huir al asesino y que no pudo terminar su labor -“Es una pena que me hayan  interrumpido mientras estaba con mis amigas”-, escribiría en una de sus cartas. Poco después murió Catherine Eddowes. Le amputó la oreja derecha, los ovarios y un riñón. Le hizo cortes en “v” en ambas mejillas. El criminal escribió en la pared: “No hay por qué culpar a los judíos”. El 9 de noviembre comete el quinto y último de los crímenes adjudicados a Jack. Es también el más espeluznante. La mujer era Mary Jane Kelly, de 25 años, la más joven y bella de las asesinadas.  Fue encontrada muerta en su habitación alquilada de la calle Millers Court de Whitechapel. El cuerpo estaba de espaldas, sobre el lecho, con el útero y los riñones extraídos. Los pechos estaban  cortados; uno se encontraba debajo de la cabeza, y el otro, junto al pie derecho. El hígado entre los pies, los intestinos a la derecha, y el bazo, a la izquierda. Sobre una mesa había colgajos de piel del abdomen y los muslos, a los que le había arrancado casi toda la piel. La cavidad abdominal había sido vaciada. Tenía los brazos mutilados y el rostro cruzado por varias cuchilladas. Los tejidos del cuello habían sido desgarrados hasta el hueso y el pericardio se encontraba abierto por debajo. Le habían sacado el corazón. Se le considera un hombre de gran cultura e inteligencia con un proceder astuto, taimado, que goza disfrutando sus transgresiones, lo que se observa del hecho de dejar expuestos los cuerpos, con las entraña esparcidas y rodeados de objetos que colocaba como siguiendo un ritual: anillos, monedas, píldoras envueltas en papel o un delantal de piel. Se le suponen ciertas nociones de anatomía. Solía cometer los crímenes frente a su víctima en la posición de mantener un coito de pie, aunque luego la sujetaba por el cuello y se aseguraba el silencio induciéndola a la inconsciencia mediante el casi estrangulamiento. La empujaba hasta el suelo con la cabeza hacia la izquierda y le rajaba la garganta con un objeto cortante, empezando por el extremo  opuesto.

Móvil: El asesino obtiene satisfacción sexual con la muerte que inflinge a sus víctimas.  Sentido del  humor:  con Jack el humor negro se une al crimen. El Destripador mantiene una burlona correspondencia con la policía.  El 27 de septiembre, los investigadores reciben la primera carta. El asesino se daba a conocer: firmaba “Jack el Destripador”. “No pararé en mi tarea de destripar putas. Y lo seguiré haciendo hasta que me atrapen... no le importe llamarme por mi nombre artístico. Suyo afectísimo, Jack el Detripador”. El sádico se permitió el lujo de adelantar nuevas actuaciones, de afirmar que jamás sería descubierto y anunciar  el placer de cortarle las orejas a  las víctimas para enviarlas a los agentes. La carta estaba escrita con tinta roja porque, según explicaba,  la había intentado escribir con sangre pero se coagulaba en seguida. El 30 de septiembre, la segunda misiva: “De nuevo, me he echado a la calle a trabajar”. La tercera carta iba en un paquete con una parte de un riñón humano, pretendía dárselas de caníbal: “Desde el infierno le envío la mitad del riñón que tomé de una mujerzuela, y que conservé para usted después de freír el otro. Estaba muy bueno, de verdad”. La policía y los medios han avanzado mucho desde entonces, pero en aquel tiempo agotaron los recursos de la época. Por entonces se llegó a la conclusión de que una huella dactilar era comparable a la de una pisada. Se fotografiaron los ojos de las víctimas por si habían retenido en las pupilas la imagen del asesino. Se ofrecieron recompensas y se utilizaron perros policías. Todavía hoy se ignora quién fue “el Destripador”. Una de las teorías conduce al médico privado de la reina Victoria, Sir William Gull, que según se dice habría actuado en represalia contra una prostituta que chantajeaba a un miembro de la familia real. Sin embargo la hipótesis falla al reparar en que sir William tenía setenta años y apenas si salía de su casa por haber sufrido un accidente vascular en el cerebro. Otra de las  hipótesis favoritas señala al duque de Clarence, hijo de Eduardo VII,  ahijado de la reina. Tras la muerte de Annie Chapman, algunos testigos señalaron la presencia de un hombre de unos 40 años, bien vestido, y con acento extranjero. Se señaló como sospechoso a John Pizer, zapatero judío de origen polaco  que sin embargo tenía una coartada tan buena que la acusación se desvaneció. También se sospechó de Montague John Druitt, abogado fracasado, cuyo cuerpo apareció flotando en el Támesis después de la última muerte atribuida al “Destripador”. Otro de los de la larga lista de sospechosos fueron un polaco llamado Kosminski, que fue internado en un manicomio en 1889, y el ruso Michael Ostrog, doctor que también acabó en un sanatorio para enfermedades mentales. Al fondo circulaba la tesis de que el “Destripador” no podía ser un “gentleman” británico, tenía que ser un  perverso extranjero. Los británicos no cometen esa clase de crímenes, según la creencia que interesaba en el momento. Un libro publicado en 1995 asegura que Jack fue un excéntrico medico norteamericano a quien la justicia dejó escapar por falta de pruebas. A finales de 1991 se descubre un supuesto diario de Jack que vuelca la culpabilidad en Joseph Maybrick un comerciante de algodón originario de Liverpool. Expertos en documentos antiguos afirman su falsedad. Los asesinos en serie adoptan el ejemplo del criminal victoriano. El vampiro de Düsseldorf, Peter Kurten, afirmaba que Jack tuvo una gran influencia sobre él, que fue una especie de maestro. El estrangulador de Boston, Albert Henry De Salvo, dijo a la policía que iba a hacer algo grande “como Jack el Destripador” y el norteamericano Ted Bundy fue destacado como “el Destripador Americano”.

 

 

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