Diccionario Espasa de Asesinos

 

pyp.jpg (104521 bytes)   Francisco Pérez Abellán y Francisco Pérez Caballero

 

                                                Lo mejor para prevenir el delito

  

diccio.jpg (67089 bytes)Los asesinos siempre avisan de una u otra forma, por eso es tan importante que ustedes tomen nota de lo que hacen. Los hechos reseñados en el “Diccionario de Asesinos Célebres” le enseñarán a detectar asesinos de la peor especie y con ello ponerse a salvo de sus acciones o prevenirlas en su entorno. Por primera vez disponen en español  de un diccionario de estas características, con las historias más nuestras, dentro del marco de referencia de los delincuentes más conocidos del extranjero. Es decir, los criminales célebres españoles y los criminales célebres extranjeros, pero con especial atención a los nuestros, que son la gran falta en la bibliografía. A partir de ahora, universidades, jueces, bibliotecas, instituciones de todo tipo tendrán a mano un libro de consulta con el que redactar tratados, tesis doctorales, editoriales de periódico y novelas. Así mismo el público en general podrá consultar sus dudas o curiosidades: saber qué fue de los criminales de los que oyeron hablar y cuál fue la verdad de crímenes tan conocidos como los de Cuenca, Berzocana, Urquijo, Don Benito... desde hace décadas hasta nuestros días, con el entorno de todos aquellos casos que sirvan para prevenirnos frente al crimen. La prevención mediante el conocimiento. Conocer el crimen sirve para evitarlo. La mera relación de lo ocurrido, nos pone en guardia.

   Durante mucho tiempo hablar de crímenes y criminales se ha considerado de mal gusto, entretenimiento de gente baja o soez. Incluso estaba prohibido difundir según que hechos criminales. Algunos periódicos tenían autorizado sólo la publicación de un crimen por edición, de manera que si había dos, era preciso elegir sólo uno. Menos mal que la gente en general no hacía caso de estas recomendaciones y reglas no escritas encaminadas a que el poder pudiera presumir de país donde nunca pasa nada, aún a riesgo de que los ciudadanos quedaran indefensos ante un tipo de criminalidad que les pillaba desprevenidos. Así circulaban sin mayor empacho los “hombres lobo”, los “sacamantecas”, los asesinos de mujeres, los secuestradores de niños, los ladrones asesinos y todo tipo de figuras delincuentes que contaban con el silencio de quienes debieran proteger a la población dejándola expuesta a sus ataques.

   La gente llana, que aguza el ingenio cuando sospecha que la engañan, ya en tiempos recientes, pero todavía cuando el poder presumía de que “eso en España, no pasa”, compraba “El Caso”, semanario de sucesos, bien escrito y documentado, periódico pionero en lo que luego tuvo tanto éxito del “periodismo de investigación” y para que no la tacharan de plebe inculta y morbosa adquiría también el diario democristiano “Ya”, periódico de grandes proporciones que permitía ocultar en su interior, sin mayor problema, el de sucesos con su cosecha de sangre. Y así sabían desde el primer día del “crimen de El Plantío”, las tribulaciones de Jarabo e incluso de hechos más antiguos, y peor contados, que el semanario se complacía en recordar para ayuda y prevención de sus lectores.

   Los criminales, según nuestra experiencia de más de treinta años recopilando información sobre ellos, repiten conductas y comportamientos. En tanto que repiten, son previsibles; y lo que es mejor: se les puede combatir. Y no es porque se copien unos a otros, ni como se ha contado que el “Vampiro de Düsseldorf” quiera ser Jack el Destripador o Ted Bundy  se precie de ser el destripador norteamericano. Los criminales toman de la sociedad el empujón definitivo que los convertirá en lo que son potencialmente. Es decir que las condiciones sociales son las que permiten el surgimiento de determinado tipo de crímenes y criminales. De ahí lo horroso del asunto y también lo bueno del caso. Aquí entra la parte fundamental de la cuestión: es preciso el estudio de las conductas criminales para combatirlas. Aún diría más: la mera relación de los hechos criminales sirve para estar alerta y conocer los peligros potenciales. De ahí la importancia y el valor de este diccionario, escrito por la mezcla de dos voluntades, la larga experiencia de una vida dedicada al estudio del crimen y la pasión emergente de la juventud con su dominio de las nuevas técnicas: infografía, Internet, periodismo digital, juntos para la realización del que llamamos familiarmente “diccionario Pérez y Pérez de los asesinos”. Se pretende con él auxiliar a los especialistas: policías, periodistas, criminólogos, guardias civiles, detectives privados, vigilantes de seguridad, forenses, psicólogos, psiquiatras, agentes judiciales, abogados, fiscales, jueces y cuantos tengan que ver con  la justicia y la prevención del delito, mediante un catálogo escogido de criminales célebres, esto es: muy dañinos e influyentes en la sociedad. Pero también resulta especialmente indicado para el público que evitará mediante el conocimiento de los hechos criminales convertirse en fácil presa de los desalmados.

   Tiene pues este trabajo dos lecturas. Una ágil y presurosa, de consulta, normalmente entrando en sus páginas por la inicial pertinente, en la que resulta vital encontrar un dato o una conducta que pueda servir de guía o pista para reconducir un caso criminal o enriquecer un trabajo, y otra, más paciente y relajada, como una enjundiosa y profunda indagación en el mundo del delito, impregnándose de los hechos criminales más notables que dotan de una visión panorámica sobre cuales son las motivaciones y la forma de actuar. Sólo debe darnos miedo lo desconocido, de tal forma que penetrar en el mundo de ambiciones, deseos y actuaciones sin escrúpulos de los principales delincuentes genera en seguida dos efectos positivos: se detecta qué pretenden y se deja de temerles. Cuando sabemos quiénes son, qué quieren, cómo actúan, comprendemos que tenemos una oportunidad de librarnos de ellos. Lejos de la intención de esta obra  provocar ningún tipo de temor o paranoia en sus lectores, sino justo lo contrario: todos los que están aquí revelaron grandes secretos permitiendo estudiar el delito y sacar consecuencias que permiten un antídoto contra su veneno. Los aquí reunidos son todos reos de delitos de sangre, unos asesinos innegables, otros homicidas en los que no queda clara la intencionalidad aunque se sospecha. La diferencia esencial entre homicidio y asesinato es la voluntad de matar del autor de uno y otro. Todos son importantes para nuestro estudio.

   Este diccionario permite también la lectura como la más apasionantes de las novelas con cientos de argumentos misteriosos que entretienen, ilustran y permiten comprender el lado oscuro del ser humano. Aquí están los asesinos como una colección de mariposas atravesadas por un alfiler: ustedes podrán examinarlos, aprender de ellos para neutralizarlos, observar sus espectaculares formas y exactamente como sucede con los entomólogos: aprenderán a reconocerlos cuando los vean actuando en la sociedad.

   Obras como esta se han realizado en Estados Unidos, Inglaterra y Francia,  y ahora se hace necesaria en nuestro país, precisamente en este momento en el que la sociedad española atraviesa cambios espectaculares que han traído nuevas formas de vida y también nuevas formas de delitos de sangre. En nuestro país se mata ya como en cualquier otro país civilizado del mundo. Las calles de Nueva York y las de Madrid apenas se diferencian en cuanto al tipo de criminalidad. En unos pocos años, los crímenes propios de los países anglosajones han saltado la mar oceana encontrándose con una comunidad desprevenida que reacciona con escasa contundencia ante su actividad depredadora.

   Nuestro país tiene una policía eficaz y esforzada –nos gusta decir esto porque es de justicia-, que ha resuelto, tanto en el ámbito rural –guardia civil-, como en los centros urbanos –agentes de investigación criminal-, crímenes crípticos, misteriosos, imposibles, pese a que la gran mayoría hasta hace sólo unos años eran delitos del tipo espontáneo o pasional en los que los autores, tras dar la puñalada asesina, se entregaban a la autoridad competente. Eso ha cambiado de forma sustancial. En la actualidad, dentro de la batería de innovaciones que presenta el delito, destaca la aparición del “asesino inteligente” que reta a la policía complaciéndose en ello y que hace cuanto está en su mano para borrar indicios o pruebas y crear falsas coartadas que le permitan escapar a la justicia.

   En estos asesinos de nuevo cuño hay que señalar la presencia de psicópatas y otros autores de delitos criminales que se complacen en realizar la obra de su vida cometiendo crímenes a primera vista incomprensibles, sin aparente motivo, pero que gozan de toda la dedicación de los criminales, como la de cualquier artista, a su obra. En efecto, hablamos de aquella propuesta humorística de Thomas de Quincey,  “El asesinato como una de las bellas artes”, hoy por fin convertido en valor de uso social. Hay asesinos en este libro, sin ir más lejos, que se sienten orgullosos de su crimen, que es para ellos la expresión misma de su creatividad y tanto es así que vista la imposibilidad de ser descubiertos por los investigadores, han acabado confesando con tal de que no se atribuya a otros la obra de la que están tan orgullosos. Artistas asesinos, pederastas irredentos, secuestradores ávidos de dinero, asesinos sexuales que persiguen mujeres, son piezas de una existencia que se ha hecho más compleja y difícil. Esto no debe asustarnos sino convencernos de que al igual que en otras parcelas de la vida, por ejemplo en el campo de las señales de tráfico, hay que tener cierta preparación por si es necesario, yendo un poco más allá de la pura complacencia intelectual que permite a los mejor preparados disfrutar de sus conocimientos entendiendo todo lo que pasa.

   En la sociedad española de principios del Siglo XXI actúan asesinos en serie como “ Ximo Ferrándiz”, el criminal de Castellón, quien desarrolló una técnica original para secuestrar muchachas a la salida de la discoteca y así mató al menos a cinco mujeres tras un rato de sexo esmirriado con ellas. “Ximo” es mucho más asesino que delincuente sexual, actividad para la que está escasamente dotado y que le lleva a borrar la memoria de su fracaso dando muerte a su pareja. “Ximo” es una mariposa de alas negras que hace el amor como una hiena.

   Otra de las historias obligadas que se recoge aquí es la del “hombre lobo” gallego, el único que fue juzgado como tal y que confesó que devoraba a sus víctimas impulsado por las noches de luna llena. Manuel Blanco Romasanta engañaba a los viajeros que se arriesgaban a atravesar el bosque con él y los mataba para robarles haciendo que desaparecieran sus restos. Su historia se hizo leyenda y aquí se encontrarán los datos para separar lo superfluo de lo fundamental y conocer cómo fue posible un episodio tal de impunidad y horror en una población tradicionalmente desconfiada. Un buhonero que vendía peines para las liendres fue el único y auténtico “hombre lobo” de la historia criminal española.

   Por supuesto, recogemos la extraña aventura vital de Enriqueta Martí, la “mujer vampiro”, que a principios de la segunda década del siglo XX, secuestraba niños en Barcelona para fabricar elixires de salud y de eterna juventud, hasta que fue descubierta. Una extraña mendigo que compartía el disfraz de pobre con el disfraz de aristócrata en las noches perversas de los más ricos.

   Sin duda hay un antes y un después de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, primer psicópata desalmado verdaderamente popular, que nació en Madrid y fue adolescente en la Guerra Civil de 1936,  emigró con su familia a Estados Unidos al término de la contienda para restañar heridas y recuperarse del largo stress de la guerra, que ya era un delincuente perseguido por el FBI cuando regresó a España, vía la Habana, y que aterrorizó a todos en 1958,  al perpetrar cuatro asesinatos tremebundos. Jarabo era de buena familia, rica y acomodada, con parientes de gran influencia en la carrera judicial y en el Tribunal Supremo, pero no pudo librarse del garrote vil que rompió su cuello poniendo fin a su existencia. Espejo de psicópatas, Jarabo fue un adelantado de lo que hoy nos amenaza.

   Está, por ejemplo, José Antonio Rodríguez Vega, psicópata, “el Asesino de ancianas de Santander”, que dio muerte a dieciséis mujeres en un año. Actuaba con total impunidad y es lo cierto que esta ventaja habría sido cero de haber dispuesto de la información contenida en el “Diccionario de Asesinos Célebres”, donde aparece otro asesino de mujeres ancianas que actuaba como José Antonio, por los mismos motivos e incluso dio muerte a más  víctimas. A nadie sabedor de este hecho pionero le habría pasado desapercibida tanta muerte sospechosa de mujer sola en su domicilio.

   Se denuncia aquí la legión de componentes de una nueva figura delictiva, los maltratadores de mujeres, todos asesinos en potencia, de los que se ofrece una amplia muestra, psicópatas o no, que antes quedaban disfrazados bajo la etiqueta de “asesinos pasionales”. El maltratador es un asesino que no actúa por pasiones sino fríamente, favorecido por la complicidad de la sociedad que le tolera el beneficio de disponer de su pareja y mandar sobre ella hasta arrebatarle la vida. Es un asesino minucioso que planea su actuación disfrazándola de otra cosa con el fin de escapar si es posible de la responsabilidad del crimen. Hay varios tipos de maltratadores y cabe en ellos el suicida que mata a todos y se autodestruye, pero también es frecuente el que mata a su esposa y hace como que intenta quitarse la vida, sin ninguna intención real de hacerlo. De todos los que hemos estudiado, excepto los que han completado con éxito su suicidio, en lo que podría ser lo que llaman los psiquiatras “un suicidio ampliado”, se trata de personas imputables, perfectamente responsables de sus actos y asesinos consumados.

   De todos los asesinos posibles, los que menos matan son los auténticos locos o psicóticos, inimputables, criminales desorganizados que deben ser internados en centros psiquiátricos, en vez de en prisiones. Los hay famosos como el “Matamendigos” madrileño, Francisco García Escalero amante de la muerte, nacido junto a las tapias del cementerio de la Almudena, que mientras los otros presos recogían pájaros recién caídos de los nidos para que les hagan compañía en sus celdas, él los recoge siempre muertos porque prefiere la compañía de los cadáveres a la de los vivos. Escalero dio muerte a no se sabe con precisión cuántas víctimas porque pertenecen a lo que los estudiosos americanos llaman “less-dead”, o menos muertos, es decir muertos que a nadie  importan, como los mendigos.

   Se refleja la historia, como no podría ser de otra manera, de un personaje mal estudiado que descubrió en su totalidad un policía con vocación humanista, Salvador Ortega Mallén, que ahondó en su personalidad. Hablamos del que pasa por ser el asesino español que más ha matado, Manuel Delgado Villegas, “el Arropiero”. Personaje escasamente estudiado al que se dio por psicótico y se le encerró para siempre en un psiquiátrico, pero que no puede descartarse que fuera un analfabeto con dificultades de comunicación, en vez de un trastornado; y un psicópata, en lugar de un psicótico. De hecho sabía simular un “aura” epiléptica, ¿por qué no una enfermedad mental? También preparó una coartada que le podría haber librado de la responsabilidad del asesinato de su novia si los policías no hubieran estado finos. Durante años estuvo de un lado para otro, cometiendo crímenes sin parar, y nunca fue descubierto hasta que cometió dos muy seguidos en el entorno en el que habitaba.

   Junto a los tremendos asesinos españoles, el “capitán Sánchez”, Navarrete y la banda del Expreso de Andalucía, “Monchito”, “el Satanás de Logroño”, Domínguez, de Berzocana; y Paredes, de Don Benito; “los sacamantecas” de Vitoria y Gádor, encontrarán las historias de los grandes asesinos internacionales, aquellos significativos que sirven con su comportamiento para ponernos en alerta: Jack el Destripador, John Wayne Gacy, Ted Bundy, “el Hijo de Sam”, el asesino de enfermeras de Chicago, el carnicero de Milwaukee, Lucky Luciano y Charles Manson, por ejemplo. Algunos de ellos “asesinos en serie”, incluso los que mataron una sola vez, puesto que probablemente fueron detenidos al principio de su carrera, sin permitirles que siguieran matando. Un asesino en serie es aquel que mata más de tres personas dejando entre medias una pausa, un tiempo en el que no actúa, tal vez perfeccionando su método.

   En esta obra se recogen fenómenos todavía más actuales y sorprendentes como el de los asesinos en masa del instituto Columbine de Estados Unidos, donde dos estudiantes dispararon contra sus compañeros o el mismo hecho cruelmente repetido en Alemania. Un “asesino en masa” es el que mata a tres o más de tres víctimas en un mismo acto. Pero en nuestro país, que es el terreno que nos interesa, nos hacemos eco de los increíbles delitos cometidos por menores que matan como adultos. El “asesino de la katana”, un adolescente que tras dedicarse a dar culto a cosas tan insospechadas como pasar muchas horas ante el ordenador o con una espada japonesa, dio muerte a sus padres y a su hermana en un inesperado baño de sangre. O las niñas brujas de San Fernando (Cádiz) que después de vestir temporadas enteras de luto, con piercings aterradores y otros adornos que las hacían especialmente visibles, sin que ni tutores ni familiares se preocuparan en exceso de ellas, asesinaron a su amiga “Klara” porque ella vivía en la normalidad de un novio guapo y estudios con buenas notas. Asuntos que  se recogen con la sana intención de que sirvan de ejemplo de lo que no debe repetirse. Los jóvenes deben ser observados, tutelados para que no deriven hacia el crimen. A veces tras un comportamiento criminal hay un trastorno mental pero otras simplemente se trata de una perversión de la conducta y eso se puede corregir. En ningún caso sirve la política del avestruz. El que no habla ni sabe de crímenes está  más expuesto y es más vulnerable ante los criminales.

   En este libro hay un asesino de doce años y otro de noventa. En el extranjero, en lugares tan civilizados como Estados Unidos, ya ha criminales de diez años. Este libro que ha sido fruto de un esforzado trabajo de selección, en virtud de que los casos sean todos ejemplo vivo de lo que queremos combatir, nace para evitar en lo posible el comportamiento criminal, especialmente el de los ancianos y los niños.  

   Una cosa más: hemos procurado que las definiciones del diccionario para etiquetar a los asesinos sean claras: “Robo con homicidio” significa “ladrón asesino” y “alevoso” califica al que es especialmente malintencionado. “Maltratador” es la definición nueva de un viejo tipo de asesino que se confundía con el asesino pasional, siendo claramente otra cosa. “Inductor/a es el que empuja hacia el crimen actuando normalmente como “cerebro” del plan.

   Finalmente encarecerles que la consulta de esta obra les dotará de una herramienta eficaz puesto que sólo el que conoce el crimen puede evitarlo.

Francisco Pérez Abellán // Francisco Pérez Caballero

 

 

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