Mi marido, mi asesino

 

 

Prólogo. Perfil del maltratador asesino.

La que lea este libro, evitará casarse con su asesino. El que lea este libro, dejará de ser un maltratador. La violencia doméstica es el fenómeno social-negativo de mayor crecimiento en los últimos años. Un problema en todo superior al del  terrorismo. Con mayor violencia, si cabe, y mayor número de víctimas. En 1998, una mujer fallecía en España cada diez días a causa de malos tratos de su pareja. En el año 2001, se ha alcanzado el cenit: el asesinato de mujeres a manos de sus parejas ha pasado a ser el problema de violencia más grave, aunque por falta de agudeza política, no se reconoce como tal. Durante los últimos años, al menos una mujer por semana, y a veces, dos o tres, han sido cruelmente asesinadas: a palos, quemadas vivas, a cuchilladas, con cortes de hacha, estranguladas...

 

Causas de la violencia doméstica: defectos de la estructura social, falta de conciencia política, reacciones lentas y poco adecuadas. Raíces profundas: sentido de posesión, celos, defensa del honor calderoniano, machismo trasnochado, incapacidad por parte del varón para reconocer a la mujer en igualdad de condiciones y circunstancias. Sólo la imagen real del triste papel de asesino de mujeres puede desanimar a los candidatos. Es la superación mediante el conocimiento. En este caso a través de casos reales, recreados con la intención de aprender de ellos, con todos los elementos neutralizados, para que sirvan de vacuna a los maltratadores, de prevención a futuras víctimas. Como siempre aprenderemos de asesinatos reales. Será a través de relatos novelados. Ellos nos darán la pauta. Toda la información para la prevención y tratamiento. La fórmula para no ser vulnerables.

 

Los motivos

El hecho de que las mujeres hayan decidido no seguir aguantando es en muchos casos la firma de su pena de muerte. Los maltratadores domésticos ofrecen un triste espectáculo a los hijos, y por desgracia, un ejemplo a seguir. Los asesinos mantienen,  en general, una doble imagen: la de su vida de relación y la de su casa. Ofreceremos todas las posibilidades del estudio de su figura y su actuación. Crímenes como los seleccionados ha habido siempre, pero siempre se les ha confundido. En otras épocas eran asuntos pasionales, crímenes de amor. Pero en realidad son crímenes de desamor. La hembra muere a manos de su propietario, el ser humano que se erige en único poseedor. Ese sentido de propiedad, a veces es inducido por las propias mujeres, como la madre que enseña al hijo a despreciar a su esposa, o la suegra que maltrata a la nuera, auxiliando y justificando al maltratador. Ignorantes todos de la degradación y pérdida de rol humanitario que esto significa. Pero aún hay más. Ni el odio, ni la avaricia, ni el egoísmo extremo, ni el cansancio son suficiente explicación de la saña con la que se cometen estos crímenes. En la explicación profunda está ese algo más por determinar. Es posible que se trate de envidia. El primer crimen se cometió por envidia. Caín mató a  Abel porque lo envidiaba. Un móvil suficiente para matar a un hermano  -el único hermano sobre la faz de la tierra-, puede ser causa suficiente para matar con saña a una novia o ex esposa. Los asesinos de mujeres las matan porque envidian su sexo, su cualidad reproductora, la posibilidad casi infinita de gozar con el amor y su fortaleza moral. A veces, la causa de esta celotipia abarca todo lo exclusivo del universo propio de la mujer, su aparato reproductor, las partes del mismo, vagina y clítoris, y la carga mensual por ser hembra, la menstruación. Por increíble que parezca a algunos de estos terribles asesinos les gustaría suplantar el papel de su víctima y tener la regla. Algunos de los 50 casos que ilustran este libro son prueba de ello. Hay quien  mata vestido de mujer para que quede patente la envidia del sexo y  hay quien mata a la pareja porque no puede convencerla de que tenga el hijo que espera, desesperado por no poder parir en su lugar. También son legión los celosos patológicos, esto es:  los envidiosos de la enorme capacidad de la mujer para gozar del  amor y darse a otros.

 

La forma de actuar

El asesino de mujeres es un triste asesino. Aquí lo mostraremos en el esplendor de todas sus machadas. Por su forma de actuar,  hay tres clases  de asesinos domésticos: 1) El criminal violento, al que se ve venir, y que un mal día perpetra lo esperado matando a la esposa. 2) El asesino hipócrita que simula una pareja ideal,  de puertas para afuera, y que da la sorpresa asesinando a su mujer. 3) El asesino múltiple familiar, que esconde hasta el último momento sus malas intenciones, y que un día, se destapa exterminando a toda la familia.

Este libro se basa en el relato novelado de grandes casos criminales, de mujeres asesinadas por sus parejas, lo que con frecuencia se confunde con crímenes pasionales, de los que se debe aprender una serie de comportamientos que amenazan tragedia, normalmente los mismos: el celoso recalcitrante; el depresivo que elimina a su pareja; el que ha dejado de quererla, pero no tolera que la quiera nadie; el que se siente humillado por el sentimiento de pérdida ante su círculo íntimo; el que la mata cuando se rebela por  malos tratos; el avaricioso que no  quiere compartir el patrimonio común, etc... No es nunca un enamorado que pierde la ocasión de ser feliz, sino el macho posesivo que no tolera que se emancipe la esclava. Contaremos casos como los de:

Ana Orantes, quemada viva por denunciar en televisión los malos tratos de su marido.

Eva Barahona, casada con un bombero que la degolló por creerla infiel.

Pilar Villarubia, muerta a cuchilladas por su esposo delante de su hija de cinco años.

Concepción Escalona, muerta a hachazos  por el guardia real Ubaldo de la Iglesia.

Mar Herrero, asesinada por Luis Patricio que la secuestró al querer abandonarle.

Gloria López, asesinada por el marido al enterarse de que el divorcio seguía adelante.

Montserrat, asesinada por su ex marido, coronel retirado, que luego se suicidó.

Francisca, estrangulada por su marido el día de fin de año, antes de irse de “copas”.

Y otros muchos, recientes y antiguos, todos aleccionadores, que dan idea de la continuidad de los malos tratos y crímenes de los hombres sobre las mujeres, con especial virulencia desde hace unas décadas, que demuestran que el asesino doméstico no es propio de una sola clase social, ni se libra de esta lacra ningún oficio, ni estado de bienestar económico. Matan con igual saña labradores, albañiles, abogados, médicos, militares y políticos. En el campo y en la ciudad.

 

El muro de la vergüenza

Las estadísticas existentes no son fiables. Los periódicos publican cifras que no coinciden, pero que nos servirán de guía en la confusión reinante. Atribuido al Ministerio del Interior, los diarios dicen que, en 1998, fueron 35 las mujeres asesinadas; en 1999, 42; y en el 2000, 44. Sin embargo otras fuentes, como el Foro de Madrid Contra la Violencia o  diversas asociaciones de mujeres elevan la cifra. Por ejemplo, la de 1999 a 58 asesinatos,  la del 2000, a 65 y la del 2001, a 70. Esta última cifra, según la Federación de  Mujeres Separadas y Divorciadas. Más de una mujer cada siete días. Seguramente si más de sesenta hombres hubieran sido asesinados el año pasado, a manos de sus mujeres, se habrían publicado numerosos libros denunciando tan insólito hecho. El Parlamento habría aprobado nuevas leyes y la policía formaría brigadas especiales de singular eficacia contra la esposa asesina. Los hombres serían protegidos, como es debido, contra la nueva plaga. Exactamente igual como pretende este libro que se haga al fin con las mujeres, para que cese de una vez esta auténtica catástrofe nacional que nos avergüenza.

 

Personas normales

Es un hecho que quienes matan normalmente  a las  mujeres, quienes las matan más a menudo, no son los que pretenden robarlas, secuestrarlas, atracarlas o violarlas. Quienes las matan de forma continuada, una vez cada seis días al menos, sin pretender otra cosa, en apariencia, que arrancarles la vida, antes les han dicho que las aman. Son sus novios o maridos. Sus parejas sentimentales. ¿Cómo es posible que se enamoren de asesinos? ¿Es que siempre  deciden casarse con monstruos? Nada más lejos de la verdad. Eligen a sus novios o maridos entre los más adecuados que conocen. Lo hacen con corrección y normalidad, pero ajenas a la violencia soterrada. Ignorantes de que pueden estar ante un homicida, pasan por alto algunos signos que podrían ponerlas en guardia sobre la auténtica naturaleza de algunos hombres. Varones que no han superado el “trauma social de la virilidad” que los convierte en asesinos en potencia. La mayoría de los crímenes los comete la gente corriente. Es posible que los asesinatos de los psicópatas o psicóticos delirantes sean más espectaculares, pero también mucho menos frecuentes. En el ámbito de la violencia familiar, como en muchos otros, la mayoría de los agresores son personas normales, no psicópatas, ni psicóticos. Por mucho que la literatura o el cine los magnifique. Los hombres que matan a sus mujeres son del montón, conscientes de lo que hacen, criminalmente imputables y responsables. Gente normal que comete crímenes, que se convierte en criminales. Hay quien mata para robar, quien lo hace para obtener poder o gloria, quien mata por odio o venganza, egoísmo o placer. O por envidia.

 La violencia doméstica en su grado extremo, el asesinato, es siempre el descubrimiento de un asesino, posiblemente aletargado, en espera de estímulo. ¿Por qué se convierten en asesinos probos padres de familia, excelentes trabajadores, vecinos incomparables? Sencillamente son víctimas de la educación y las circunstancias sociales que estimulan su tendencia a envidiar a quienes aman. Precisamente por eso es tan difícil combatir a los maltratadores. Quien se casa con un psicópata o un psicótico tiene muchas más posibilidades de descubrirlo a tiempo que al individuo considerado normal, que víctima de su educación, no sólo la recibida en la escuela o universidad, sino asimilada en su círculo afectivo más íntimo, se convierte en asesino. Es un asunto complejo, pero como esta parcela del crimen se basa en la educación, quiere decir que es modificable, combatible e incluso extinguible.

 

Justificación social

 Los varones, en la discriminación de la mujer, como advierte la ONU (Organización de Naciones Unidas), son víctimas de los estereotipos culturales que se inculcan desde la infancia. “Ser hombre” implica una serie de expectativas en la sociedad que, en teoría, les libera de responsabilidad en la contracepción, el embarazo, el parto y la prevención de enfermedades de transmisión sexual, que suelen  quedar en “cosa de mujeres”. En España, “ser hombre” es todavía ejercer dominio sobre la mujer, quien para muchos conserva entre las piernas el honor masculino. El temor por la traición supone la destrucción de la imagen pública, la caída del aprecio colectivo y la pérdida de confianza en sí mismo. Matar a la ofensora, o candidata a ofensora, es todavía un aliento social reconocible. Muchos varones  y muchas hembras – en especial madres o suegras-, pueden “llegar a entender” que la mujer adúltera sea estrangulada, acuchillada o tiroteada por su marido, como un castigo ancestral. Los celos  son, además de la expresión de la envidia palpitante, de una parte, miedo a pérdida de poder, que en ocasiones es el único que el varón detenta por su ocupación o posición social, y  por otra, la expresión del temor a ser destruido socialmente. De forma que son los hombres “normales” quienes pegan a sus mujeres, quienes lo hacen delante de los hijos, quienes deciden humillarlas y matarlas. Por un psicópata o psicótico, fácilmente neutralizable, hay una legión de varones envidiosos que matan de forma brutal y desconsiderada. Por eso es tan difícil descubrir al asesino tras la máscara de esposo, y  casi imposible, abandonarlo de forma preventiva para que no mate.

 

Suicidio ampliado

En muchas ocasiones, los asesinos se suicidan después de haber acabado con su esposa o con su familia entera. Algunas veces, se confunde esto con un “suicidio ampliado”, aquel que lleva a cabo el suicida, exterminando previamente a los que ama. Aquí sólo hablamos de asesinos no de suicidas. La diferencia es que no atentan contra sí mismos sino contra los demás. Los hay que sólo lo intentan, o incluso directamente, fingen el suicidio, sin llegar a cometerlo. Una vez cumplida su función de exterminar la persona que odia, el criminal puede dar por terminada su existencia, pues se ha acabado su objetivo vital. Sufre así una depresión instantánea y violentísima que le lleva a atentar contra su vida, pero también se debe a la incapacidad para enfrentarse  a la sociedad después de lo que ha hecho. Hasta entonces sus crímenes estaban ocultos tras los muros del hogar. El asesinato hace que no pueda seguir ocultándose: todo el mundo sabrá a partir de ahora la clase de criminal que es, lo que le resulta sencillamente insoportable, como al fantasma de la ópera mostrar el rostro quemado. Luego está el asesino hipócrita, que tras librarse de la pesada carga familiar, finge impulsos suicidas. Normalmente suele superarlos y arrastrarse por el mundo con el peso de la muerte a cuestas como si tal cosa.

 

Detectar asesinos

La norma para detectar asesinos en potencia en el ámbito familiar es no pasarles ni una. Existe un comportamiento grosero, fácilmente observable, con un lapidario o glosario de frases recurrentes que no anuncian amor sino malos tratos: “Mía o de la tumba fría”, “Antes muerta que de otro”, “Si me dejas, te mato”. La violencia doméstica sólo permite una tabla de salvación para la mujer: debe escapar al primer signo de malos tratos. No debe tolerar ni una bofetada, ni una humillación, ni golpes, ni insultos. El hombre que maltrata no mejora, no se corrige, únicamente va a más. Si pide perdón, llora o suplica, no es más que la expresión de un nuevo engaño. Para que no quede ninguna duda: ser un maltratador es un estigma cobarde, despreciable y no tiene justificación. Es un delito repugnante. A veces, el maltratador, consciente de lo que hace, compensa su  comportamiento en la intimidad con un despliegue de cordialidad y buenas maneras, pero eso no lo hace mejor, ni lo exculpa. Los asesinos están en  las casas esperando su oportunidad para actuar. Es preciso descubrirlos a tiempo. Lo que no quiere decir que no se siga  en alerta contra los peligros que vienen  de fuera, contra el enemigo extraño y desconocido. El tipo siniestro u obsequioso en extremo, la amenaza que puede herir en cada esquina. Una cosa no quita la otra. La jungla del matrimonio ofrece trampas en el hogar, y la jungla de fuera, propone peligros y amenazas de siempre. Aunque, ¿qué fue antes: el crimen fuera o dentro del matrimonio? Si la primera bestialidad humana fue el asesinato de Abel, la segunda fueron los malos tratos de Caín a su esposa, en su propia casa. Este es un libro contra los asesinos domésticos. Aprenda a conocerlos a través de casos reales.

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